Notas de un Historiador del Arte

miércoles, 11 de febrero de 2009

EL CRUCIFICADO EN LA ESCULTURA PROCESIONAL UBETENSE
Tradición iconográfica y artística según hechos históricos y evangélicos

¿Por qué Jesús fue condenado a la crucifixión?. Si solo hubiese sido justificable para sus correligionarios, como blasfemo debió sufrir el suplicio específicamente judío de la lapidación, el que padeció san Esteban o san Pablo, que como ciudadano romano, había sido condenado a decapitación. Pero Jesús, al no ser ni una cosa ni otra se le infligió el suplicio que le correspondía a los esclavos fugitivos o en rebelión: la Crucifixión. Un suplicio espantoso esencialmente romano, pero de origen persa. Este habría sido inventado para que el condenado no ensuciara la tierra, consagrada a Ormuz, y por ello, sacrosanta.

A la hora de analizar la descripción iconográfica de cristos crucificados, ya se trate de su figura humana o divina, los artistas han venido tomando tradicionalmente distintas fuentes, desde literarias, hasta canónicas o apócrifas, donde se muestra la crucifixión tal y como la historia o la leyenda piadosa la ha trasmitido o como la iconografía religiosa la ha fijado en sus representaciones a lo largo de los siglos.

La crucifixión es el hecho histórico mejor probado en la vida de Jesús. Según los historiadores que se apoyan en el texto de Tácito (Anales, XV), hasta sería el único acontecimiento probado: «Nada en los relatos evangélicos tiene consistencia de hecho, salvo la crucifixión por sentencia de Poncio Pilato en virtud de una causa de agitación mesiánica» . No obstante, este es el hecho fundamental que constituye la base del cristianismo.


Fíg. 1. Cristo de la Noche Oscura. Úbeda

Las representaciones antropomórficas del crucificado son extraídas fundamentalmente de la tradición histórica y artística de la estética cristiana, por esa razón se fundamenta en los rasgos étnicos semíticos de Cristo y expresan el sufrimiento humano y su trascendencia divina de la muerte en la cruz; una descripción que viene fundamentada, en algunos casos, por los relatos evangélicos.

En las próximas líneas vamos a tratar de aproximarnos a las distintas fuentes donde los artistas han extraído tradicionalmente iconografías, de manera que podamos recomponer la muerte de Cristo en la cruz.

Aparte de la tradición artística en la representación del crucificado, en los evangelios también se describe de forma detallada la crucifixión, aunque no aporta abundantes detalles iconográficos, si proporciona datos narrativos de los hechos. Estos, junto a los iconográficos y científicos darán ciertas claves para abordar el tema de los crucificados y su muerte en la misma.

La crucifixión es relatada por los cuatro evangelios canónicos (Mt 27, 32-56; Mc 15, 21-41; Lc 23, 26-49; Jn 19, 16-37): «Llegada la, hora s
exta, hubo oscuridad sobre toda la tierra hasta la hora nona. Y a la hora de nona gritó Jesús con voz fuerte: “Eloí, Eloí, lama sabachtani?” que quiere decir: ¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?» (Mc 15, 33-35) y «Jesús, dando una voz fuerte expiró» (Mc 15, 37-39). Las últimas palabras de Cristo nos la relata el evangelista Lucas: Jesús, dando una gran voz, dijo: Padre, en tus manos encomiendo su espíritu; y diciendo esto espiró (Lc 23, 46-47); Cuando hubo gustado vinagre, dijo Jesús: Todo está consumado, e inclinando la cabeza, entregó el espíritu (Jn 19, 30-31).


Fig.2. Cristo de la Noche Oscura. Francisco Palma Burgos

En la Semana Santa ubetense encontramos tres crucificados con características totalmente diferentes, dos de ellos muertos: Cristo de la Noche Oscura (Fig. 2), que muestra el hecho consumado de la crucifixión; el de la Buena Muerte (Fig. 3), en el que encontramos a Cristo con una apariencia tranquila, sin estridencias y muy diferente al anterior, que presenta la muerte en su lado más oscuro y desgarrante.


Fíg. 3. Cristo de la Buena Muerte. Escuela Valenciana (Años 40)

El otro crucificado, que se muestra vivo aún, es el Cristo de la Expiración (Fig. 4 ), que representa el último momento de vida de Jesús. Sobre estos tres tipos vamos a ir apoyándonos para ir viendo los acontecimientos de su muerte.


Fíg. 4. Cristo de la Expiración. Juan Luís Vasallo Parodi (1942)

Vamos primero, a relatar de forma general como se realizaba la pena de muerte de la crucifixión en época romana. El condenado era obligado a tenderse de espaldas sobre el patibulum — travesaño de madera que había llevado sobre sus espaldas — donde se clavaría con dos gruesos clavos a las muñecas o en el extremo de ambos antebrazos, entre los huesos cubito y radio para luego ser izado en el patibulum y sujetado sobre el stipes que estaba ya puesto. Los pies eran también clavados al stipes, que a veces poseía un saliente clavado a una altura en la que el reo pudiese sentarse, sedile, para prolongar el tormento. Este elemento es erróneamente puesto por la tradición artística en los pies, sin embargo, en ninguna de las representaciones ubetenses anteriormente citadas encontramos la presencia de este elemento.


Fíg. 5. Esquema de los elementos de la cruz

También pensamos interesante analizar las características del crucificado de la Sábana Santa de Turín, ya que iconográficamente contiene algunas evidencias muy certeras que han quedado en la tradición artística.
Fíg. 6. Amortajamiento de Cristo


Fíg. 7. Negativo de la Sábana Santa de Turín


Empezaremos dando una explicación de cómo Cristo pudo morir por asfixia. Cristo al estar colgado de las muñecas se vio sometido a una gran tensión sobre los músculos pectorales y abdominales de manera que la respiración se realizaba con el diafragma de forma entrecortada y dificultosa (Fíg. 7). Esta respiración defectuosa acarrearía una falta de oxígeno que termina por provocar la muerte por asfixia.

Sin embargo, cuando el crucificado no podía respira
r, se apoyaba en uno de los dos instrumentos — suppedaneum o sedile — de forma que la asfixia se mitigaba al relajar los músculos del tronco y permitía que la sangre subiera a la parte superior del cuerpo. Lo malo es que provocaba tal dolor en el perineo — o en los pies — que obligaba a levantarse continuamente, poniendo de nuevo en marcha el proceso de asfixia o de infarto. Dicha alternancia concluía cuando el crucificado no tenía fuerzas para elevarse por lo que, perdiendo el conocimiento, moría de asfixia. Para facilitar la respiración tuvo que adoptar dos posiciones fundamentales en la cruz: una de desplome — Cristo de la Noche Oscura —, donde pendía solo de los clavos; y otra de erección — Cristo de la Expiración — en la que se apoyaba sobre los pies. Una vez Cristo agota sus fuerzas cae en la segunda posición, encontrando inmediatamente la muerte.
Fíg. 8. Muerte por asfixia de un crucificado

Los crucificados representados en la iconografía pasionista ubetense se nos muestran sin suppedaneum.
Fíg. 9. Huesos de la mano

Cristo, en realidad sería clavado por las muñecas, hecho que en la imaginería tradicional no se ha mostrado, salvo algunas excepciones. Exactamente el clavo hubiese atravesado entre un huequecito entre los huesos de la muñeca, denominado espacio de “Destot”, pues si se intenta fijar el clavo más abajo este hubiese resbalado. Cuando el clavo penetra en el Espacio de Destot, el pulgar se flexiona y los dedos también, aunque en menor medida. Esta flexión del pulgar era provocada por la contracción de los músculos ternarios.


Fíg. 10. Esquema de la posición de los clavos en la muñeca


Fíg. 11. Mano Cristo Buena Muerte. Úbeda.
Tradicionalmente en el arte se ha venido representando a Cristo clavado por las palmas de las manos


Era, por otra parte, habitual que a los crucificados se les quebrasen las piernas — crurifragium —, para que no se apoyasen en el suppedaneum y murieran antes, a modo de “golpe de gracia”, sin embargo el hombre de la sindone aparece sin esta lesión porque esto sucedió para que se cumpliese la Escritura: «No romperéis ni uno de sus huesos» y otra Escritura dice también: «Mirarán al que traspasaron» (Jn 19, 36-38). A Cristo no se lo harían dada la dureza de las torturas anteriores: flagelación, corona de espinas, caídas camino del suplicio y la propia crucifixión con clavos, pueden avalar esta suposición.


Fíg. 12. Esquema de la posición de los pies de Cristo en la crucifixión

Fíg. 13. Pies del Cristo de la Noche Oscura. Úbeda

El pie izquierdo estuvo clavado sobre el derecho y cruzado sobre él: la planta del pie izquierdo sobre el empeine del derecho. Así, es clavado directamente cobre el stipes, el izquierdo cruzado sobre el derecho, con un solo clavo. La rodilla izquierda queda doblada sobre la derecha. La hemorragia que produce este clavo no es mortal y la sangre empezaría a brotar tras su retirada.

La lanzada, es también relatada en los evangelios:
«pero llegado a Jesús, como le vieron ya muerto, no le rompieron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó con una lanza el costado, y al instante salió sangre y agua » (Jn 19, 33-35). El Sudario de Turín también documenta esta forma de herida . Le abrieron el costado derecho con una lanza. Una lanzada dada a un cadáver, puede extrañarnos, sin embargo era un cuerpo que debía ser entregado a la familia por el juez, y el verdugo no lo podía entregar si este no estaba muerto, por lo que se hizo preciso abrirle el corazón con una lanza. Este hecho responde al tipo de ejecución del reglamento militar romano.

La lanzada se situaría en el quinto espacio intercostal deslizándose por encima de la sexta costilla, atravesaría, pues la pleura y el pulmón alcanzando la aurícula derecha del corazón.

En la cruz — patibulum, leño horizontal — encontramos el titulus, ajustándose a lo que relatan las Escrituras: escribió Pilato un título y lo puso sobre la cruz; estaba escrito: Jesús de Nazareno, Rey de los Judíos — I NRI —. Muchos de los judíos leyeron ese título, porque estaba cerca de la ciudad al sitio donde fue crucificado Jesús, y estaba escrito en hebreo, en latín y en griego. Dijeron pues, a Pilatos los príncipes de los sacerdotes de los judíos: No escribas Rey de los judíos, sino “Soy Rey de los Judíos”. Respondió Pilato: lo escrito, escrito está.

La cruz, por otra parte, no podía ser demasiado baja, quizá de unos dos metros de altura como máximo, pues bastaba para que un soldado romano de pie levantara el brazo en posición de ataque para poder infligir tal lanzada.

Bibliografía:

-CARRASCO TERRIZA, Manuel: La escultura del Crucificado en la Tierra Llana de Huelva. Diputación de Huelva, 2000.
-CARREÑO ETXEANDIA, José Luis: El último reportero. Pamplona: Ed. D. Bosco, 1976.
-DUCHET-SUCHAUX, Gaston y PASTOUREAU, Michel: La Biblia y los santos. Madrid: Alianza, 2001.
-MIÑARRO LÓPEZ, Juan Manuel: El Hombre de la Sindone. Investigaciones sobre la Sábana Santa desde la creación Escultórica. Ronda: Unicaja y Parroquia de Santa María la Mayor, 2003.
-RÉAU, Louis: Iconografía del arte cristiano. Iconografía de la Biblia, vol. 2. Barcelona: Serbal, 1996.
-REVILLA, Federico: Diccionario de Iconografía y Simbología. Madrid: Cátedra, 1995.
-SAGRADA BIBLIA. Nacar-Colunga. B.A.C. Madrid, 1985.